Pedro María, taciturno, cejijunto, vio alejarse su mujer e hijos, cuyos harapos adheridos a sus carnes fláccidas les daban un aspecto más miserable aún. Su primer impulso había sido seguirlos, pero la rápida visión de las desnudas y frías paredes del cuarto, del hogar apagado, del chico pidiendo pan, lo clavó en el sitio. Algunos compañeros lo llamaron, haciéndole guiñós expresivos, pero no tenía ganas de beber; la cabaza le pesaba como plomo sobre los hombros y en su cerebro vacío no había una idea, ni un pensamiento. Una inmensa laxitud entorpecía sus miembros, y habiendo encontrado un lugar seco se tendió en el suelo. Baldomero Lillo
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El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas, bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría calma y cobra una majestad única. Horacio Quiroga Instrucciones
1. Lee cuidadosamente el párrafo anterior tratando de captar el sentido exacto del mismo. Si te es necesario, utiliza un diccionario. 2. Explica el significado literal o figurado, de acuerdo a su uso en el contexto, de las siguientes palabras: hoya encajonar basalto arremolinado borbollones precipitar agresivo sombría calma majestad 3. El párrafo anterior es una descripción. Destaca los elementos estilísticos que usa Quiroga para transmitirnos una sensación de soledad, tristeza y sobrerecogimiento ante el paisaje. En la ciudad no cantan los perailes. De los oficios viejos del cuero y de la lana, casi todos han desaparecido; es que ya por la ancha y parda vereda que cruza la vega no se ve la muchedumbre de ganados que antaño, al declinar el otoño, pasaban a Extremadura. No quedan más que algunos boteros en sus zaguanges lóbregos; en las callejas altas, algún viejo telar va marchando todavía con su son rítimico. La ciudad está silenciosa; de tarde en tarde pasa un viejo rezador que salmodia la oración del Justo Juez. Sobre las tapias de un jardín surgen las cimas agudas, rígidas, de dos cipreses. Las campanas de la catedral lanzan --como hace tres siglos-- sus campanadas lentas, solemnes, clamorosas. Azorín Instrucciones.
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